- Preciado oficio en la época prehispánica
- El arte de las plumas tuvo su decadencia en la época de la Conquista española
Eliseo Ramírez, junto a los llamados chimalis o escudos.
Karina de la Paz Reyes
El arte plumario fue uno de los más importantes en la época prehispánica –sobre todo para la cultura dominante: la Azteca–, y a la fecha está a punto de extinguirse, lamentó el amanteca Eliseo Ramírez, quien aseguró que en la actualidad quedan alrededor de 30 personas en el país que se dedican a este arte prehispánico, por lo que urge rescatarlo.
“Fue orgullo de todos nuestros pueblos y no podemos permitir que esto se pierda”, subrayó Ramírez, originario de Tlaxiaco, Oaxaca.
Ramírez dictó una conferencia sobre el tema, el 7 de marzo en el auditorio del Museo de Antropología de Xalapa (MAX) de la Universidad Veracruzana (UV). Al término de la misma, junto con el público presente, hizo un recorrido por una muestra didáctica titulada precisamente Arte Plumario –de su autoría–, que estará en exhibición en el mezzanine hasta el 31 de marzo.
En la disertación, Eliseo Ramírez mencionó que amanteca es un término náhuatl con el que se conocía en el Imperio Azteca a los artistas dedicados a la elaboración de accesorios y vestimentas a base de plumas preciosas.
Explicó que en Tenochtitlan –la metrópoli de los aztecas–, los artesanos se reunían por barrios, y los amantecas estaban en Amatlán, de ahí proviene el nombre. Aunque también es correcto llamarles plumajeros.
“El arte plumario nace como un arte para la guerra. La gente que hacía las flechas y arcos eran los amantecas. Lo que pasó es que con el tiempo, el capitán quería que los guerreros a su cargo lo reconocieran.
”Entonces, para que supieran que el capitán entraba al combate primero e invitaba a hacer lo mismo, tenía que distinguirse de alguna manera. De ahí van surgiendo trajes y penachos esplendorosos.”
Sin embargo, el arte plumario pasó de ser utilitario a suntuario; en ese sentido, enfatizó que las plumas llegaron a ser consideradas un elemento ornamental de suma importancia, muy por encima de otros, como el oro.
Como antecedente, dijo que la utilización de las plumas aparece por primera ocasión en lo que hoy es territorio de Veracruz y Tabasco. Precisamente, la Cabeza Colosal Número Siete, con alrededor de tres mil años de antigüedad –que está albergada en el MAX–, tiene labrada una pluma en la parte posterior.
“Desde entonces la pluma era un elemento ornamental muy importante. Posteriormente la plumaria pasó a Teotihuacán, a territorio maya, zona tolteca y todas las culturas de nuestro país.”
Su conferencia se centró en la cultura Azteca, por ser la dominante cuando llegaron los españoles. Detalló personajes emblemáticos de los aztecas, pero que estuvieron presentes en la mayoría de las culturas de Mesoamérica, como Huitzilopochtli y Quetzalcóatl.
Respecto a este último, detalló que su nombre proviene del náhuatl y en español se traduce como “Serpiente Emplumada”.
En la tradición Mesoamericana, la serpiente está relacionada con los poderes reproductores de la tierra, porque es el animal más pegado a ésta; por otro lado, el hombre tiene el poder de volar con su pensamiento hasta donde él quiera, lo que es relacionado con las aves.
La pluma es tan importante que una de las casas de Quetzalcóatl estaba decorada con plumas de quetzal, destacó.
En lo que se refiere a Huitzilopochtli, relató que según la historia, en principio fue un atado de plumas: “Coatlicue estaba barriendo en su casa cuando encontró un atado de plumas, se lo puso entre sus enaguas, y posteriormente cuando lo buscó ya no lo encontró, y de ahí se quedó embaraza. Nuevamente aparece la pluma como algo muy importante, y estamos hablando del numen principal de los aztecas”.
El ponente mencionó varias utilidades que le daban a la pluma. Por ejemplo, en los penachos y la ropa. En el caso de la ropa –elaborada con textiles hechos en telar de cintura con hilos de algodón y/o fibras de cactus–, existía la adornada con plumas de colores de muy diversas aves; sin embargo, al ser símbolo de riqueza –como ya se ha citado–, sólo era permitido que la portara quien tenía relación con la divinidad, como la clase gobernante, sacerdotal y guerrera.
Aclaró que el amanteca nunca sacrificó un ave para obtener sus plumas, pues “tenían el cuidado de tomar las aves, quitarles las plumas que necesitaban y volverlas a soltar”.
Un mosqueador, réplica de los que se elaboraban en la época prehispánica.
Códices como el Florentino ilustran que para obtener las plumas se colocaban redes en las lagunas por donde sabían que iban a volar los patos, al atraparlos les quitaban las plumas que necesitaba –menos de las alas– y los volvían a soltar.
Además, hay referencias de que tenían pleno conocimiento de la época de muda del plumaje de las aves, que aprovechaban para abastecerse.
Otras plumas preciosas, como las del flamingo, quetzal y perico, las obtenían del sur por medio de los comerciantes y sobre todo de los pueblos tributarios.
No obstante, este arte no se transmitía de generación a generación, una de las razones por las que no permaneció hasta nuestros días. Además, con la llegada y conquista de los españoles, al “pacificar” todo el territorio y acabar con las guerras, prácticamente dejó sin trabajo a los amantecas, lo que marcó el inicio de la declinación del arte plumario.
Los frailes aprovecharon las virtudes de los amantecas para elaborar, en mosaicos de plumas preciosas, imágenes de distintos santos, santas y vírgenes de la Iglesia católica, fue así como muy pocos prevalecieron.
“Ellos traían sus ilustraciones para la catequización en color sepia, y sobre éstas les pedían a los amantecas que pusieran el pelo, el manto, el rostro de tal o cual color, y así iban surgiendo obras, algunas de las cuales afortunadamente todavía alcanzamos a ver”, explicó.
Sin embargo, paulatinamente fue más fácil pintar con óleo las imágenes religiosas, lo que garantizaba practicidad y rapidez. Toda vez que hacer una imagen con arte plumario requería hasta más de medio año, “en ocasiones se tardaban hasta un día en pegar una pluma, con tal de darle el sentido que a su parecer se requería”.
De esta manera el arte plumario se fue mermando, hasta nuestros días, cuando ya muy pocas personas saben de él. Además, se trata de un arte que tiene su mercado en países como Japón, Irán, entre otros.
Eliseo Ramírez, en su afán por recuperarlo, ha investigado sobre técnicas, adhesivos, construcción y elaboración que emplearon los amantecas originales. Además, ha dictado alrededor de 70 conferencias en México y el mundo y se dedica a montar exposiciones e impartir talleres.
Si bien las plumas preciosas tienen un alto costo económico y ambiental, el amanteca propone que se realice este arte con plumas de aves cotidianas como los pericos australianos y, a la vieja usanza, aprovechar su periodo de muda.
También hay aves comestibles como los patos, guajolotes y codornices, de las cuales también se pueden aprovechar las plumas, añadió.
Además, uno de los pegamentos que se utilizaban para fijar la pluma aún está vigente, se trata de la cera de Campeche (producida por las abejas sin aguijón, nativas de América).
Comentó que el pegamento que se utilizó en la época prehispánica, sobre todo entre los amantecas aztecas, eran los bulbos de orquídea.
A manera de anécdota, Eliseo Ramírez relató cómo se inició en el oficio hace 20 años: “Acudí al Museo Nacional de Arte, y un amanteca de Azcapotzalco había hecho una Virgen de los Remedios preciosamente elaborada, y yo estaba recién jubilado. Había ido a tomar cursos de pintura a un programa que se llamaba ‘Una cana al arte’. Esa virgen me inspiró y a partir de ahí me puse a hacer mis ‘pininos’. El arte plumario es un trabajo arduo, pero es precioso”, concluyó.
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